Ella entró después. Cerró la puerta y se subió la falda.
Eran compañeros de trabajo desde hacía unas semanas, y desde el primer día
el uno se había fijado en el otro. Roberto no sabía cómo había sido, pero esa
mañana, tras tres o cuatro frases habían acordado verse en el cuarto de las
fotocopias durante la hora de comer.
Sólo un polvo rápido. Sin compromisos. La estaba agarrando por la cintura,
aproximándose, cuando supuso que aunque habían acordado verse para tener sexo,
sólo sexo, no estaría de más mostrar que él no era como los demás, que él no
iba sólo a “eso”. Así que mientras acariciaba su pelo le soltó un “¡Qué guapa
estás hoy!” al que ella respondió con un “¿Lo dices en serio?”.
Él contestó afirmativamente, ella le advirtió que muchas veces eso se
decía por decir, él le dio la razón y comentó algún otro caso de comentario
gratuíto del estilo “¡Me alegro de verte!” y ella sonrió y contó una anécdota.
Él se sintió cómodo y relató un encuentro de dos conocidos que se habían
saludado por la calle soltando alguna frase de esas que se dicen por quedar
bien. Hablaron de lo falsa que puede llegar a ser la gente, de la poca educación,
de cómo ríen, de cómo comen en los bares y restaurantes, y saltaron a temas
culinarios, platos favoritos, maña en la cocina, vinos preferidos, locales de
moda, dónde ir luego a tomar una copa, cómo es el destilado del ron, la moda
del gin tonic y el chupito que te mata.
Hablaron de la resaca, del domingo por la mañana, de madres pasando la
aspiradora y subiendo la persiana, de padres, de hermanos, de hermanas, de
monjas, de la Iglesia, del poder, del Tercer Mundo, del asco, de la maldad, de
la bondad, ella se separó un poco al hablar de las mascotas, de los piensos para
perros, de los supermercados y la disposición de los artículos, de los
artículos, de los pronombres, de la gramática, las matemáticas y la ciencia.
Siguieron hablando de un actor muy bueno en una película muy mala, la
última novela de un escritor mediocre, la música de un grupo de jazz que estaba
empezando, de lo intratable de la programación televisiva, él se separó un poco
más mientras criticaba la gestión de la televisión pública, ella no se mostró
de acuerdo y condenó el último atentado terrorista en un país asiático, a él le
aburrió el siguiente tema, a ella no le llamaba nada el discurso de él sobre el
calentamiento global, él la escuchó distraído hablar sobre un nuevo teléfono
móvil, y ella se limitó a decir cuatro palabras sobre el último escándalo de
corrupción mientras se bajaba la falda.
Se miraron en silencio. Él salió primero.
Ella se preguntó si, en el fondo, no lo habían hecho porque no estaba
guapa.