Sentado en su sillón decidió salir a dar un paseo para despejarse.
Hacía buen tiempo y en casa el ambiente estaba enrarecido.
Caminó hasta la plaza y continuó hasta la iglesia chica, porque en el
pueblo había dos, y continuó rodeando el mercado de abastos, subiendo la calle
que llevaba a la estación. Bajó la calle que salía a la izquierda y en la
esquina de Correos torció a la derecha, entrando por la parte de atrás en la
Plaza Mayor, dejando atrás la estatua al conquistador, el Ayuntamiento, el
Casino y la iglesia grande, porque en el pueblo había dos.
Siguió andando hacia las afueras pasando la gasolinera y un restaurante de
carretera donde años atrás celebraran el bautizo del mayor de sus nietos.
Pasó el puente que hacía de límite con el pueblo vecino y siguió paseando,
a ritmo tranquilo, campo a través, sin prisa, rodeando alguna cerca, sorteando
algún tronco caído y algún riachuelo seco.
Llegó al pueblo vecino y lo atravesó, como atravesó los siguientes tres
pueblos hasta el final de la provincia. Paró.
Se ató los cordones y mantuvo su rumbo llegando a la frontera con el país
vecino. La quiso cruzar pero una enorme valla se lo impedía.
Entonces miró hacia el cielo y elevándose se perdió en el horizonte.
Mientras tanto su cuerpo descansaba en el sillón.